Muda, casi inmóvil, inexplicablemente bella y congelada en un momento sublime en que sus palabras dejaron de escucharse. Su voz fue silenciada por el sonido ardiente del color rojo, ese fuego tibio que parecía brotar espontáneamente de sus labios.
Por un instante comprendí donde comenzaba el universo y hasta dónde sería yo capaz de llegar por una pasión momentánea.
Todos los instantes confluyeron en ese corto espacio en que mi mirada se quedó encadenada a esos labios pequeños que se movían sin emitir vibración alguna.
Esas palabras invisibles que percibí sin escuchar eran por completo innecesarias. Sólo precisaba mis ojos para comprender que todo estaba completo en ese momento efímero.
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