Un manto gaseoso, oscuro y pesado
se tiende tenebrosamente
de norte a sur, del amanecer al ocaso,
los fantasmas de la mañana
deambulan en presentimientos líquidos
y verdes campos
irremediablemente solos.
Abandonadas, las rocas secas
laten de prisa,
se mueven y se mueren
en la quietud perpetua,
sus almas son de río,
sus alas, de metal arenoso,
sus locuras, explicables e inconclusas.
La llovizna,
imprecisa y fría como el gris,
lejana como el sueño,
se hace niebla y calla el miedo,
mata el sol, abraza el aire,
su grito ahogado
arrastra consigo
pájaros ausentes
y mariposas congeladas.
Los pensamientos indefinidos escapan,
la atmósfera sueña,
alucina con aviones
y personas que se esconden
de su propia insatisfacción
y su miedo al invierno...
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